Cuando el amor no se acaba, pero ya no nos alcanza

Hay relaciones que no terminan por falta de amor, sino por exceso de cansancio.
Cansancio de tener discusiones que no llegan a acuerdos,
de sentir que uno habla y el otro no escucha,
de tener poca paciencia para las diferencias,
de sostener el día a día con más esfuerzo que ilusión.

A veces el amor sigue ahí, pero se vuelve frágil ante la presión de los problemas cotidianos.
Y aunque quisiéramos negarlo, el amor nunca se apaga de golpe; se va muriendo poco a poco.
En los abrazos que ya no duran,
en las conversaciones que giran en círculos,
en las miradas que ya no buscan encontrarse.

Entonces aparece la confusión: esa mezcla de amor y hartazgo que te hace dudar si lo que necesitas es tener más paciencia… o perderla de una vez por todas.
Te preguntas si vale la pena seguir intentándolo o si ha llegado el momento de dejar de esperar a que “vuelvan a ser como antes”.
Y justo ahí es donde muchos se apresuran a decidir separarse.

Porque la confusión es incómoda. No tiene respuestas claras; cambia de un día a otro y te confronta pidiéndote que pares justo cuando más quieres correr.
Pues paradójicamente, es en esa confusión donde puedes encontrar claridad, si te permites quedarte en ella el tiempo suficiente para entender qué los tiene atrapados en este punto.

Sabes que estás harta, harto de vivir lo mismo, pero no sabes qué fue lo que se rompió, cuándo sucedió ni cómo. Y sin esa información es casi imposible repararlo.
Y con reparar no me refiero a sostener lo insostenible, sino a mirar con franqueza lo que fue, lo que ya no es, pero también lo que todavía podría ser...

Tal vez tu amor necesite distancia para volver a encontrarse.
Tal vez necesiten aprender nuevas formas de comunicarse.
O tal vez lo más honesto sea un cierre compasivo.

Pero lo que es cierto es que no puedes elegir con calma cuando estás confundida, confundido.
El divorcio siempre es una opción, pero he visto en muchos pacientes, familiares y amigos que cuando toman esta decisión desde la prisa o el dolor, les termina doliendo igual o más que si hubieran decidido quedarse.

Hay decisiones que no se pueden “revertir” fácilmente.
Por eso, antes de dar un paso que cambie tu historia, regálate el silencio necesario para escucharte.
Que irte o quedarte no sea una huida, sino una elección consciente de construir un camino donde decidir no signifique destruir.